Nos enviaban de una patada a las duras calles. Nos enseñaban a pedir con la mirada. Infestos adultos. Apenas nos daban algo sólido por las noches para dejarnos famélicos por las mañanas. Brutales signos de pobreza. Y en las horas de sombras, nuestros sueños se atrevían a gratificarnos con un respiro entre tanta pesadilla real. Cada día lo mismo, hasta hoy. He logrado disuadirlos. El mayor que me acompaña me quiere en su casa y dormirá conmigo para cuidarme. Me observa mientras le digo que soy buen chico. Se relame los labios y babea. Debe tener tanta hambre como yo.