Me detengo y le observo. Siempre está sentado sobre una vieja banqueta de madera acariciando a un gato sobre su regazo, como si quisiera enmudecer el bullicio callejero sobre sus sentidos. Lo cierto es que el anciano parece obrar con otro tempo, y sus silencios le confieren una textura añeja de retrato. Ya nadie entra en su local, pero abre con una puntualidad infalible. Abre más allá de la costumbre, porque si faltara a su quehacer, la persiana podría echar el cierre para siempre, aunque su tiempo ya no transita por el deambular del barrio, sino por un ayer parsimonioso como las caricias de sus dedos entre los cabellos del gato.
Pablo Bigeriego, precioso relato q me hace echar en falta los pequeños detalles del trato humano
Muchas gracias, Nacho.
Precioso! Qué relato más sensorial y bello!! Me ha encantado!!
Gracias, Maite.
Me encanta ❤
Gracias!