El día extiende nuestras sombras, lánguidas sobre el asfalto.
Ahí, en el suelo, veo tu cuerpo aproximarse. Follando con el vaivén de los pasos, sin llegar a consumar, mi silueta se separa.
Entrelazamos los dedos y una corriente fría revienta contra mi espalda. Inicias una conversación que no trato de seguir. Asiento. Subo la mirada; las nubes amenazan desde hace un rato.
Me besas, me miras. Cada vez siento más frío. Te presto mi chaqueta y te acompaño a casa.
Sonrío hasta que tu sombra desaparece entre más sombra y tu voz es solo silencio.
Llego a casa y me hundo en mi butaca. El teléfono suena, y eres tú. Allí, a pocos metros, el pitido sigue llamándome hasta morir de cansancio.
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