Germán concibió a su primogénito padeciendo delirios de escritor. Al nacer, por una magia inexplicable, el bebé trajo consigo una nota: era el comienzo de una historia. En pocos años, cinco hijos más completarían el primer capítulo; las editoriales ya se deshacían en ofertas. Sin embargo, ante tan dilatada prosa, su mujer se indignó: “¿Cuántos partos hasta el final?”. Le daría una última chance; Germán se esmeró. A los nueves meses, el séptimo niño condensaba la trama. Lo bautizaron Microrrelato.
Me encantó!