Nacemos y morimos solos. Mientras tanto los seres humanos nos rodeamos de seres queridos: Familiares, amigos, vecinos, compañeros de estudios o trabajo.
Hay muchas clases de soledad: Una es la voluntaria, cuando el individuo por una u otra razón se aísla. Y es entonces cuando busca: la perfección espiritual, el reencuentro íntimo con Dios, la creación musical, poética, literaria…
Otras personas son aisladas por una sociedad: machista, racista, por padecer una enfermedad… Y esa marginación injusta les genera frustración y traumas.
Muchos seres solitarios son divorciados, que necesitan urgentemente rehacer sus vidas. Otras personas no pueden remontar anímicamente la pérdida de su cónyuge o familiar y si son ancianos, el riesgo para su salud y vida es muy preocupante.
Creo que debemos romper nuestro caparazón de egoísmo y si conocemos a alguna persona de nuestro entorno, afectada por el virus de la soledad. Ayudémosle sin demora, ni excusas. La solidaridad, el cariño y la compresión, son métodos muy eficaces para combatir esa enfermedad que es el azote del siglo XXI.
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